Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.
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En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y lo siguió. Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús los oyó y les dijo: "No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". (Mt 9:9-13)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/092123.cfm
¡Otra vez el Ministerio de la Mesa! Y qué importante es ese Ministerio de Mesa. No es un evento aislado, más bien es la característica definitoria de todo el ministerio de Jesús, especialmente el comer y beber con los pecadores. San Mateo nos recuerda que TODOS son bienvenidos a la Mesa.
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Y viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Este hombre es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores'. (Lc 7:31-35)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/092023.cfm
Esta es una de las acusaciones más antiguas contra Jesús formuladas por buenas personas religiosas que atacan el ministerio de la mesa del Señor. Por supuesto, hay gente de la iglesia que todavía ataca ese ministerio de mesa y quiere evitar que los “publicanos y pecadores” se acerquen demasiado. Quizás todos deberíamos recordar que no es NUESTRA mesa, no es NUESTRA invitación. Es la Mesa del Señor, y es el Señor quien invita. Celebramos hoy a los primeros mártires de Corea (1791-1888).
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Es cierto que aspirar al cargo de obispo es aspirar a una excelente función. Por lo mismo, es preciso que el obispo sea irreprochable, que no se haya casado más que una vez, que sea sensato, prudente, bien educado, digno, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni a la violencia, sino comprensivo, enemigo de pleitos y no ávido de dinero; que sepa gobernar bien su propia casa y educar dignamente a sus hijos. Porque, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios quien no sabe gobernar su propia casa? (1 Tim 3:1-13)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/091923.cfm
Los requisitos para obispos y diáconos suponen que estén casados y tengan familia. Ser capaz de administrar la propia casa lo prepara a uno para cuidar de la iglesia. Tal vez necesitemos recuperar esa idea clave. La foto de hoy es de mi ordenación como diácono en la iglesia de la Abadía de Saint Meinrad en 1977 con el Arzobispo George Biskup de Indianapolis.
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Cuando le dijeron que Jesús estaba en la ciudad, el centurión le envió a algunos de los ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, al acercarse a Jesús, le rogaban encarecidamente, diciendo: "Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga". Jesús se puso en marcha con ellos. Cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que tú entres en mi casa”. (Lc 7:1-10)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/091823.cfm
La curación del siervo del centurión es una historia fascinante. La traducción al inglés es incorrecta: el sirviente no era “valioso para él”; el sirviente le era muy querido (como dice claramente la traducción al español: “un criado muy querido”. Los centuriones romanos no tenían la costumbre de construir sinagogas judías. Por eso, cuando los ancianos afirman que el centurión es “digno” de tener este favor, Jesús siente curiosidad. De repente el centurión le envía el mensaje: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo”. A lo que Jesús responde: "Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande". Aunque el centurión nunca se encuentra con Jesús, el siervo es sanado. Y la iglesia en su sabiduría pone las palabras del centurión en nuestros labios antes de recibir la Comunión.
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Hermanas y hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos. (Rom 14:7-9)
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/091723.cfm
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.
--Invictus, William Ernest Henley, 1875
Pero ninguno de nosotros está en control, ni vive para sí mismo, no importa cuanto pensemos que somos los dueños de nuestro destino o que somos los capitanes de nuestra alma. Como nos recuerda san Pablo, somos del Señor.
