Estas reflexiones salen de más que 40 años de ministerio como sacerdote católico. Pasé la mayoría de estos años en la Diócesis de Charlotte que está situada en Carolina del Norte occidental de los Estados Unidos. Ahora, estoy jubilado, y vivo en Medellín, Colombia, y sigo sirviendo como sacerdote en la Arquidiócesis de Medellín.

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Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra y al que toca, se le abre. (Lc 11:5-13)
La razón por la que podemos pedir, la razón por la que podemos buscar, la razón por la que podemos tocar la puerta es que Jesús nos ha enseñado a orar: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre”. Ayer celebré una Misa especial en la casa de Margarita Ochoa Ochoa quien cumplió 100 años. En medio de la fiesta que siguió a la Misa, ella prendió el televisor para que ella y su hermanita pudieran rezar la Coronilla de la Divina Misericordia. Fue un poquito de sabiduría espiritual de una jovencita de 100 años.

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Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”.
Entonces Jesús les dijo: “Cuando oren, digan:
Padre, santificado sea tu nombre,
venga tu Reino,
danos hoy nuestro pan de cada día
y perdona nuestras ofensas,
puesto que también nosotros perdonamos
a todo aquel que nos ofende,
y no nos dejes caer en tentación”. (Lc 11:1-4)
La versión de Lucas de la oración del Señor es el modelo simplificado, ordenado y limpio, y al grano, muy parecido al santo de hoy. Recordamos hoy a San Bruno, quien fue el fundador de la orden semi-eremita, los cartujos. Hay una película sobre la vida de los cartujos titulada Into Great Silence (El Gran Silencio). No pasa mucho en esta película de casi tres horas, excepto el encuentro con Dios a través de un gran silencio.

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En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. (Lc 10:28-32)
Aunque los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) ni siquiera mencionan el nombre del pueblo (Betania), ni nada de Lázaro, el hermano de Marta y María a quien Jesús resucitó de entre los muertos, es precisamente en esta casa. y con estos amigos donde Jesús se sentía más en casa. Y la comunidad que se reunió en torno a Marta, María y Lázaro, nos ha regalado el Cuarto Evangelio, el que llamamos “según san Juan”, para preservar su memoria.

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Jesús le preguntó: “¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?’’ El doctor de la ley le respondió: “El que tuvo compasión de él”. Entonces Jesús le dijo: “Anda y haz tú lo mismo”. (Lc 10:25-37)
La parábola del Buen Samaritano encaja muy bien con la fiesta de San Francisco de Asís. Francisco trata a todos con compasión. . . incluso los animales y la creación misma.

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Después de esto, la gente le llevó a Jesús unos niños para que los tocara, pero los discípulos trataban de impedirlo.
Al ver aquello, Jesús se disgustó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Después tomó en brazos a los niños y los bendijo imponiéndoles las manos. (Mc 10:2-16)
"¡No niños inquietos cerca de Jesús, no bebés llorando!" Los discípulos de todas las épocas son iguales: los niños deben ser vistos pero NO escuchados. Pero Jesús no tiene problemas con los bebés que lloran ni con los niños inquietos. De hecho, Jesús se lo deja muy claro a los discípulos al tomar a los niños en sus brazos y bendecirlos.